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En los años 80, la escena nacional vio nacer una generación de bailarines y coreógrafos comprometidos con la realidad del país. Una de las compañías de danza contemporánea más importantes fue Barro Rojo, y uno de sus intérpretes más destacados fue Serafín Aponte.

A mediados de los 90, el creador nacido en Guerrero emprendió su propio camino estético y artístico, construyó una sólida carrera en México y en el extranjero, fundó diversas compañías y ha dejado su huella en varias generaciones de alumnos. Su lugar en la danza mexicana se volvió imprescindible.

Este año, Serafín Aponte será el primer artista en recibir el Reconocimiento Danza UNAM 2017, que otorga Danza UNAM de la Coordinación de Difusión Cultural UNAM, por su destacada trayectoria, así como por su importante labor en Guerrero, estado donde impulsa el desarrollo dancístico de los jóvenes.

El reconocimiento consiste en un diploma y en un estímulo económico de 40 mil pesos. La convocatoria para su primera entrega se dio a conocer en noviembre pasado y el resultado fue informado recientemente.

El maestro fue postulado por nueve instituciones artísticas y culturales del puerto de Acapulco. En 2017 fundó la Compañía de Danza Contemporánea de Acapulco y es maestro en la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea.

“Mi trabajo se ha ido transformando, primero fui bailarín, después coreógrafo y ahora soy formador. Lo que me interesa es generar herramientas para que los jóvenes se inicien en esta profesión. Me interesa también transmitir todo lo que me tocó vivir. Las escuelas formamos bailarines, pero sin conciencia histórica, y yo soy un puente hacia esa danza de los 80, pero también hacia la experimentación de los 90, hacia el posmodernismo. Soy también parte de una generación que se ha transformado con el tiempo”.

Te reconoce la UNAM y te postularon instituciones de tu estado. Un doble reconocimiento.

Creo que hay la necesidad de reconocer a los artistas de la danza. Estoy consciente de que existen muchos colegas que merecerían esta distinción. Para mí, el primer reconocimiento es que haya organizaciones de mi estados que me postularon y tomaron en cuenta el trabajo que he hecho allá. Creo que lo que hago ahora en Guerrero toma un significado porque es uno de los estados más convulsionados y azotados por la violencia y por la inseguridad. Hay dificultades para ejercer un trabajo artístico y cultural no sólo por ese contexto, sino también porque la sociedad se ha ido desbaratando, hay mucho desplazamiento de la población, los guerrerenses se están yendo porque no pueden continuar con sus actividades de manera pacífica. La corrupción que va desde el gobierno y pasa por el Ejército y la policía también se destapó con lo ocurrido en Ayotzinapa. Sin embargo hemos logrado crear una serie de organizaciones que nos permiten funcionar desde distintas áreas y disciplinas artísticas. Con ellos he logrado hacer programas de formación para crear espacios para la danza contemporánea, me interesa formar una nueva generación de bailarines.

De alguna manera siempre te has mantenido cercano a tu estado.

Yo empecé en la danza folclórica y mis necesidades expresivas me llevaron a buscar la danza contemporánea en la Universidad Autónoma de Guerrero, ahí conformamos la compañía Barro Rojo, una de las más importantes desde su fundación hasta la actualidad. Los dos primeros años estuvimos en Guerrero y luego nos fuimos a la Ciudad de México. No logramos hacer un seguimiento de formación de bailarines allá y fui el único guerrerense de la compañía que se fue, pero siempre tuve la preocupación de regresar. Iba, tocaba puertas, cada cambio de gobierno metía proyectos y nunca funcionaban, así nos pasamos mucho tiempo. En el tránsito de instituto a secretaría de Cultura me invitaron a participar en el Festival Internacional La Nao, estuve dos años seguidos pero me interesó más hacer trabajo de base y de formación. En 2013 comencé a hacer eso que buscaba. No ha sido fácil regresar a Guerrero ni tener los espacios adecuados para lograrlo. Todo mi trabajo se ha dedicado a los jóvenes. Empecé con diplomados y talleres, pero luego vino el huracán, Ayotzinapa y otras cosas, así que nos quedamos sin espacio, pero nos salimos a trabajar, estuvimos en la calle, en la playa, en una cancha. Luego hicimos un ensamble, participamos en caravanas por la paz, visitamos la montaña, la costa chica, tierra caliente, dimos funciones con toda la problemática de Ayotzinapa, de cambio de gobierno. En 2016 empecé a invitar a otros maestros para hacer una formación multidisciplinaria. Todo eso ha sido un proceso muy interesante. Estas organizaciones son las que me han postulado, ha sido un gran reconocimiento para mí.

Empezaste picando piedra y continuas haciéndolo. Eres muy necio o muy congruente.

En este proceso me ha tocado presenciar el surgimiento de varios proyectos de diversa índole y sí, tal vez estoy marcado por mi origen como guerrerense. Yo estudié en la Universidad Autónoma de Guerrero y en los años 80 era de izquierda, fue una universidad vinculada con todo lo que sucedía en Centroamérica y con las situaciones sociales que nos marcaron y nos exigían tener una postura social y política como artistas. Había encuentros con la gente de teatro, con la nueva trova, con la gente en el exilio, en Barro Rojo había integrantes centromericanos y sudamericanos. Todo eso sigue siendo una huella, algo que me queda como parte de mi proceso y de mi historia. A la distancia, es verdad, seguimos viendo las mismas necesidades y la misma falta de oportunidades para desarrollar un trabajo digno a través del arte. Es cierto que hay apoyos del FONCA pero se habló de una domesticación y de una falta de compromiso con la sociedad y del interés de generar proyectos para ganarse una beca. Los que vivimos la década de los 80, los sismo, el sida, la crisis económica, creo que nos hace una generación consciente. Quizá por eso he tenido esa terquedad. La gente me pregunta si es seguro ir a Guerrero y les digo que justo por eso tenemos que estar allá, porque hay que generar espacios para la esperanza, para la sanación, para el encuentro con el propio cuerpo, para el arte. No tenemos escuelas profesionales, no tenemos un centro de las artes, hay que hacerlos para que los jóvenes puedan crecer y la sociedad se pueda nutrir.

¿Qué clase de bailarines estás formando?

No tengo toda la tesis armada. Lo que hago es transmitir todas mis vivencias, experiencias, mi formación. Para mí, la vida y la danza han sido una sola cosa. Mi postura como ser humano y como ser social y como ser político es también una sola cosa. Todo esto, la manera en la que observo el mundo es una filosofía personal. De modo que el discurso que le doy a mis alumnos está enfocado en el compromiso que tenemos con nuestra sociedad. Creo que fui un bailarín que dio el todo por el todo, lo sigo dando cada vez que se me permite subir a un escenario. Uno tiene que entender que las cosas no pueden ser a medias, la entrega debe ser total. Esto que sucedía, de bailar en las calles sin interesarte que en los pies salieran ampollas y que bailabas porque querías que la gente entendiera tu mensaje, esta entrega se la sigo transmitiendo a mis alumnos a través de mis clases, de mis obras, de mis acciones en el bailar. Yo no puedo ser de otra forma. Yo quiero que los jóvenes comprendan que el cuerpo no es sólo una vía de comunicación, es también un arma que pueda transformar conciencias. Este discurso podría sonar ya muy gastado, pero así es. Yo siempre me asumí como un ser político, social y artístico, esto me ha dado la posibilidad de mantenerme con esta terquedad.

¿Cuál es tu opinión del escenario actual?

Acabo de ver una función de gala del Premio Nacional de Danza, me pregunté qué era eso porque no había danza, no había creadores, no había intérpretes. Pero también existe una serie de coreógrafos que están tratando de vincularse con la sociedad, que está asumiendo que es necesario y urgente decir algo, que está entendiendo que en la danza también podemos ventilar las problemáticas de nuestro país. En los 80 había compañías oficiales con mucha falta de compromiso y los independientes que querían transformar cosas. Creo que ahora existe algo similar. Existen los que están con beca, los que no; los que hacen arte con las puertas cerradas, los que trabajan con condiciones que no son tolerables. Por ejemplo, no es posible que te presentes en el Teatro de la Danza y que lo que generes salga de un porcentaje de la taquilla, ¿cuánta gente entra a una función de danza?, ¿un artista puede vivir con eso? Ante una realidad así prefiero bailar en Guerrero, en las mismas condiciones, pero donde la danza es necesaria y urgente. Y también siempre habrá un sector con coreógrafos a los que les gusta la alfombra roja y ganarse cada año la beca, o gente que quiera estar en el Ceprodac. Yo seguiré haciendo mi trabajo.

Un tema que ha estado en la mesa desde hace años y que se ha retomado: ¿la UNAM debe tener una facultad de danza?

Sí, desde hace mucho tiempo. Yo respeto el trabajo de Gloria Contreras, pero se volvió un monopolio que no permitió avanzar, fue un cacicazgo. La UNAM no sólo debería tener ya una facultad de danza, también estudios de posgrado, como cualquier universidad digna del mundo. La danza en la UNAM no debe seguir siendo el Taller Coreográfico. Ojalá la UNAM contemple las necesidades de nuestro tiempo y ofrezca una buena propuesta en la que se pondere el trabajo del cuerpo como vía de expresión y comunicación. La propuesta tiene que ser muy importante.

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